El día en que se ha sabido de la muerte de Dios, ha de ser el día más oscuro del esclavo quien se ha visto sentenciado a la libertad perpetua, arrojado inminente menta a la decisión, terminando con ella así, los días (de posible felicidad) en donde no existía la preocupación por la existencia, viéndose arrojado inminentemente hacia la responsabilidad con la ansiedad y el miedo como de un bebé siendo despojado de su cordón umbilical así como de su única ilusión de seguridad conocimiento, puesto en el abismo de desconocido y demandado por el mundo en su arrojo a lo incognoscible a cristalizar con su razón todo lo que lo abrume, instigado a la decisión entre libertad y felicidad.
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